Las estrellas no luchan para brillar, los ríos no luchan para fluir, y TÚ nunca
tendrás que luchar para sobresalir en la vida, porque es el Señor quien debe
brillar, es la luz de Cristo la que debe brillar en tu vida. No trabajes para
destacarte en la iglesia, trabaja para que Cristo brille en el corazón de los
que buscan de él y que llegan a conocerlo por tu intercesión.
Tu sueño no morirá, tus planes no fallarán, tu
destino no será abortado, y el deseo de tu corazón será concedido en el nombre
de Jesús.
Nadie va al río temprano en la mañana y trae agua sucia.
Al levantarte esta mañana, que tu vida sea limpia, calmada y clara, como el agua
fresca de la mañana, como la luz de Cristo que debe brillar dentro de ti y que
se debe avivar cada día.
Evangelio según San
Lucas 14, 1.7-14.
"Todo el que se enaltece será humillado, y el que se
humilla será enaltecido".
Jesús fue invitado a casa de un fariseo para comer.
Observando el comportamiento de los comensales, apreció que procuraban escoger
los puestos principales, lo cual de dio pie para proponer una enseñanza, que va
más allá de lo que en principio parece.
«Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas
en el primer puesto, no sea que haya sido convidado por él otro más distinguido
que tú, y viniendo el que os convidó a ti y a él, te diga: “Deja el sitio a
éste”, y entonces vayas a ocupar avergonzado el último puesto. Al contrario,
cuando seas convidado, vete a sentarte en el último puesto, de manera que,
cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba.” Y esto será
un honor para ti delante de todos los que estén contigo a la mesa. Porque todo el que
se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.» Lc 14,
8-11
Más allá de lo que parece una mera norma de cortesía, o de
mostrarse humilde ante los demás, creo que se puede extraer de aquí una
enseñanza más profunda.
Aquellos que se abalanzan sobre los mejores puestos, son
aquellos que se consideran importantes por lo que han hecho, y por tanto,
merecedores de un lugar preferente. En la
vida de fe, son aquellos que se creen muy buenos por hacer muchas cosas buenas,
que consideran que se salvan en base a sus propios méritos. En el fondo, sólo se
ven a sí mismos, y creen que Dios les tiene que agradecer el cumplir con los
preceptos. Son aquellos que no trabajan donde les corresponden porque no pueden
sobre salir ante los demás hermanos. Son los que quieren hacer las cosas sólo
donde y cuando puedan ser aplaudidas por los demás.
En definitiva, dicha actitud es la actitud de los fariseos
(“¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces,
injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana,
doy el diezmo de todas mis ganancias.” Lc
18, 11-12).
Los que se quedan en cambio en último lugar, son aquellos que
habiendo sido invitados, consideran incluso que no son merecedores de compartir
la mesa con los otros, en apariencia más importantes. No se atribuyen nada a sí
mismos. En la vida de fe, son aquellos que saben que todo lo que poseen les ha
sido concedido gratuitamente, que no pueden en justicia esgrimir mérito alguno
para exigir a Dios o a sus hermanos de fe un premio a cambio. Son, en palabras de Cristo, sus "pobres en el
espíritu" (“¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!”Lc
18, 13).
En definitiva, Cristo nos enseña la actitud que debemos tener
para ser sus seguidores: no atribuirnos
nada bueno a nosotros mismos, pues todo lo que tenemos lo hemos recibido en
préstamo, y no considerarnos mejores que los demás, hagamos lo que hagamos, pues
nuestras acciones por sí solas, sin el amor que Dios deposita en nosotros, no
valen nada ("¡Si nadie puede redimirse ni pagar a Dios por su rescate!" Salmo
49, 7).
Sólo aquellos que se sitúan en último lugar, serán escogidos
por Dios para ocupar los puestos más importantes, pues su actitud humilde ante
Dios los convierte en instrumentos privilegiados de Su Amor: Por eso fue
escogida la Virgen María para ser la Madre del Salvador:
“Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi
espíritu en Dios, mi salvador; porque ha
mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán
todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su
nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en
generación.
Él hace proezas con su
brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y
enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los
despide vacíos”. Lc 1, 46-55.
Siempre he visto como en las iglesias hay muchos que
trabajan para ser reconocidos por lo poco que hacen en lugar de trabajar
verdaderamente por el Señor y por hacer el trabajo verdadero necesita. Muchos
que sólo aparecen en el momento en que necesitan algo de la iglesia, y que para
colmo profana el sacramento de la comunión, otros que prefieren estar en los
lugares amplios y cómodos donde sólo tiene que ir a “Billar” ante los ojos de
los demás pero el Señor ve hasta lo más oculto que hay en nuestros corazones
(Romanos 2,16)
El único pecado que Dios no perdona es la blasfemia
contra el Espíritu Santo o su Santo nombre y hacer pantalla ante los demás como
servidores de Cristo nos hace Ángeles de luz, que son aquellos que dicen tener
la luz de Cristo pero son de las tinieblas.
El celo de Dios es grande en mi corazón y por eso no
tolero que se profane en Santo nombre de aquel que se entregó por mi y por ti. A
cada uno le llega su hora. El Señor busca adoradores en espíritu y verdad tener
la actitud de los hipócritas que se enaltecen no es ser verdadero
cristiano.
"Todo el que se enaltece será humillado, y el que se
humilla será enaltecido".
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